Nos sentamos a conversar con Juan Carlos, quien nos habla de su infancia, su evolución personal y profesional, y del mindset que lo llevó a construir espacios de póker donde prima el respeto, la estructura y la comunidad.
Un tico que ha dejado huella en las salas de póker de Costa Rica, Colombia y ahora México. En esta entrevista exclusiva conducida por Nicolás Rodríguez para Bluffcentral, Juanca abre su corazón y nos habla de su transformación personal, su relación con el juego y su visión sobre el futuro del póker en Latinoamérica.
“En el póker y en la vida, no todo llega cuando uno quiere. Hay que saber esperar el momento correcto.”
– Juan Carlos Rivera.
¿Dónde naciste, cómo fue tu infancia y cómo fue tu camino hasta llegar a donde estás hoy en día?
Nací en San José, Costa Rica, el 14 de diciembre.
¿Qué te cuento de mi infancia? Tengo recuerdos muy bonitos. Fue una infancia bastante chévere, con mucho amor y valores, que hasta el día de hoy le agradezco a mis padres. Vengo de una familia con padres separados, pero siempre presentes. Muy diferentes ambos, dos mundos distintos.
Eso me ayudó a tener un poco de cada uno: mi madre, la mujer más amorosa del planeta, soy su hijo único, y aunque le tocaba trabajar duro porque venía de una familia muy humilde, siempre estuvo ahí. Supo manejar a un infante preadolescente un poco loquillo y rebelde.
Mi padre, por otro lado, una persona súper correcta, más acomodada, me aportó otra parte. En ese momento no lo entendía, pero hoy lo agradezco. Fue muy estricto, con un amor diferente, pero lleno de buenas intenciones. Nunca viví ningún tipo de violencia en casa, ni verbal ni física. Ambos, a su manera, supieron corregirme con respeto.
En cuanto al camino hasta llegar a donde estoy… fue bastante largo. No me gustaban los estudios, nunca fui académico. No terminé el colegio; llegué hasta segundo año de secundaria. A los 17 años empecé a trabajar en muchos lugares, incluyendo la empresa de mi padre. Siempre me gustó buscar cómo surgir, cómo crecer. Era fiestero, pero sano. Nunca en vandalismo ni cosas oscuras. Solo me encantaba vivir la vida intensamente.
Como castigo por andar tanto en fiestas y no estudiar, me mandaron a trabajar a un casino. Una amiga de mi mamá le comentó que había cursos para ser dealer y allá me mandó. Y así empezó toda esta historia.
A finales del 98 hice la academia de dealers. Empecé en mesas de blackjack, ruleta, todo lo clásico. Durante seis años fui dealer de casino, con una vida un poco desordenada: mucho trago, mucha fiesta. Era el típico al que llamaban si había que armar algo de lunes a lunes. Pero a los 24 años decidí dejar de tomar. No porque fuera alcohólico, sino porque sentía que estaba perdiendo el tiempo.
Me hablaban del potencial que tenía. Me encantaba el servicio a la gente, pero no podía avanzar profesionalmente. Estuve en once casinos en seis años. Cada vez que me enfiestaba, me daba pena volver, así que renunciaba. Pero cuando dejé el alcohol, todo empezó a cambiar.
Subí poco a poco. En los casinos, como es un oficio y no una profesión, se crece con responsabilidad, habilidades blandas y entendiendo el negocio. Así llegué a ser supervisor, luego ‘pit boss’ y finalmente gerente.
En paralelo, conocí el póker como jugador. Yo tenía problemas serios de ludopatía con el blackjack y la ruleta. Perdía todo lo que ganaba. Me causó conflictos con mi pareja, con mis padres, con amigos. Había noches en que estaba con ellos y mentía para irme solo al casino. Cuando conocí el póker, algo cambió.
El póker me quitó esa adrenalina del azar. Vi que si lo entendías un poco, podías sacar ventaja. Empecé a jugar como hobby, pero se volvió rentable. Me apasioné. Noté las falencias de muchos poker rooms y también sus aciertos. Y gracias a mi experiencia en casinos, creo que encontré la fórmula: tener el conocimiento para montar y dirigir un poker room que combine la necesidad del jugador con la experiencia de usuario.
Eso me llevó a trabajar en No Limit, un poker room en San José. Los dueños, Abraham y su hijo Ross, lo tenían clarísimo: el jugador es un cliente y se le debe tratar como tal. Ahí aprendí la importancia del servicio y de crear mercado entendiendo al jugador. Me quedó tan marcado que lo adopté como filosofía: esto es un gana-gana. Ellos hacen rentable un poker room. Y nosotros tenemos que estar a la altura.
Después de No Limit, mi camino me llevó a salir de Costa Rica. Llegué a Colombia. En Bogotá fue donde realmente empezó la aventura de administrar poker rooms a otro nivel. Allí, con el conocimiento que había adquirido, logré montar un club pequeño con recursos muy limitados, pero con muchísimo corazón. Lo hicimos entre amigos, jugadores, dealers… todos remando para adelante.
Esa experiencia me enseñó que cuando uno tiene claro el objetivo y sabe lo que quiere brindar, no hace falta tanto lujo, sino intención. Ese club fue un éxito por la comunidad que se formó. Jugadores que se sentían valorados, respetados, que sabían que no eran vistos solo como clientes con dinero, sino como parte de algo. Me acuerdo que poníamos mesas donde se podía compartir comida, hablábamos de la vida… eso fue lo que marcó la diferencia.
Después llegaron otras oportunidades. Me fui moviendo por Colombia. Trabajé en Medellín, Bucaramanga, Barranquilla, Cali… tuve la oportunidad de ver cómo funcionaba el poker en distintas ciudades, con distintas culturas, ritmos y tipos de jugadores. Todo eso fue como una universidad para mí.
Poco a poco fui creando un estilo de administración muy centrado en las personas. No me interesa solo llenar mesas, me interesa que la gente se sienta cuidada, que disfrute venir. Un jugador feliz siempre vuelve.
Con el tiempo, eso me abrió puertas para trabajar en México, en la Ciudad de México, donde actualmente estoy como director del Like Poker Room, operado por Cirsa – Casinos Life. También acabamos de abrir en Guadalajara. Me siento muy orgulloso de haber podido aplicar todo lo que aprendí y de formar equipos humanos con propósito. Mi equipo no solo sabe de poker, sabe de servicio, sabe de empatía.
He cometido errores, claro. Pero siempre los he tomado como lecciones. Lo que me ha mantenido en este mundo es la pasión. Podría estar en otro rubro, pero esto me llena. No solo es un trabajo: es un espacio donde puedo ayudar a crear comunidad, ayudar a que la gente encuentre algo más que un juego.
Y claro, el poker también me salvó. Me sacó del caos de la ludopatía. Me dio estructura. Me ayudó a entender la importancia de tomar decisiones con cabeza fría, de pensar a largo plazo. De buscar equilibrio.
Siempre digo que lo más importante que se puede ofrecer en un poker room es respeto. Si respetas al jugador, te ganas su confianza. Y con confianza se puede construir todo.
A lo largo de los años, ¿qué lecciones de vida te ha dado el póker que más aplicas en tu día a día?
La primera es tener paciencia. En el póker y en la vida, no todo llega cuando uno quiere. Hay que saber esperar el momento correcto. Otra es la importancia de tomar decisiones basadas en información y no en emociones. Y por supuesto, aprender a perder. Hay días buenos y días malos, pero si tienes una visión clara, sigues adelante.
Manejar egos, emociones, decisiones… ¿cómo gestionas tu propio mindset cuando las cosas no salen como esperas en el trabajo?
El mindset es algo que he trabajado mucho. He aprendido a soltar el control de lo que no depende de mí y enfocarme en lo que sí puedo manejar. Hay días donde todo sale mal, pero trato de tener presente que lo importante es cómo reacciono ante eso. Me rodeo de gente que me aporta, que me dice la verdad, y eso me ayuda a mantenerme enfocado.
¿Qué te motiva hoy? ¿Qué te levanta cada día para seguir innovando en una industria tan exigente?
La comunidad. Ver a los jugadores disfrutar de un torneo bien hecho, saber que pueden confiar en la organización, que tienen un espacio donde se respetan las reglas y se valora al jugador. Me motiva ver que lo que hacemos tiene un impacto real en la experiencia de quienes aman este juego.
En un mundo lleno de ruido, ¿cómo encuentras calma o claridad mental en los días más duros?
Me desconecto. A veces camino, otras veces me encierro a pensar o simplemente dejo el celular a un lado. También me ayuda recordar de dónde vengo, por todo lo que he pasado. Eso me da perspectiva y me ayuda a entender que si ya superé muchas cosas, también puedo con las que vienen.
Si mañana ya no trabajaras con póker, ¿a qué te gustaría dedicar tu tiempo y tu energía?
Me gustaría seguir creando espacios que generen comunidad, como por ejemplo montar un restaurante o una cafeteria frente a la playa y conocer muchas personas, involucrarme con ellas, brindarles un servicio al cliente excepcional, una «experiencia», ya que lo tengo en mis venas… Me apasiona construir cosas desde cero.
¿Qué consejo le darías a alguien que quiere entrar en la industria, pero no como jugador, sino como organizador o gestor de espacios de póker?
Que no se enfoque solo en ganar dinero. Al inicio, hay que invertir tiempo, pasión y visión. Que estudie, que juegue, que entienda la mentalidad del jugador. Y sobre todo, que entienda que esto va más allá de las fichas y las cartas: es un trabajo humano. Hay que saber leer personas, manejar equipos, crear comunidad. Si logras eso, el resto llega.
La historia de Juan Carlos no es solo la de un director de torneos con experiencia en tres países. Es la de un hombre que se atrevió a mirar hacia adentro, a tomar decisiones difíciles y a redibujar su vida con propósito.
Entre cada anécdota y reflexión, nos deja enseñanzas claras,
- El póker puede ser más que un juego, si lo usamos como espejo para trabajar la disciplina, la paciencia y el autocontrol.
- La transformación personal empieza con una decisión consciente, incluso cuando parece que ya es tarde.
- El ambiente correcto y el respeto por los demás jugadores importan tanto como las cartas que se reparten.
- Y sobre todo, que nunca es débil quien pide ayuda, deja atrás lo que lo daña y elige un camino con sentido.
Juan Carlos se despide tranquilo como quien ya ha jugado las cartas más difíciles de su vida… y las ha jugado bien.
♠️♥️ Bluffcentral Crew ♦️♣️